La charrería fue nombrada por la UNESCO como Patrimonio de la humanidad, ya que es todo un arte, tradición, identidad, deporte, convivencia social y se encuentra llena de valores comunitarios.
Sus ricas formas provienen en gran parte de los primeros españoles llegados a México, pero en tanto expresión cultural es netamente mexicana y única en el mundo.
Además, la imagen del charro es quizá la más representativa de la identidad nacional.
El hombre y la mujer que practican esta tradición: es decir, el charro y la escaramuza, quienes visten sus mejores galas y van, desde luego, montados en su cuaco.
Son artesanos locales los que diseñan y fabrican la vestimenta, el equipamiento, las sillas de montar y las espuelas que forman parte del arte tradicional de los charros.
La charrería es una práctica tradicional de comunidades de México dedicadas a la cría y el pastoreo del ganado a caballo. En sus orígenes, facilitaba la convivencia entre los ganaderos de diferentes estados del país. Las técnicas de esta práctica se transmitían a las generaciones más jóvenes en el seno de las familias.
Hoy en día, asociaciones y escuelas especialmente dedicadas la charrería forman a miembros de las comunidades, entrenándolos incluso para participar en competiciones.
La organización de concursos públicos o charreadas permite a los espectadores admirar la destreza de los charros en el arte de arrear y jinetear yeguas y toros cerriles.
Luciendo una indumentaria tradicional –con sombreros de ala ancha para los hombres y chales de colores para las mujeres– los charros hacen gala de sus habilidades a pie o a caballo.
La charrería es un elemento importante de la identidad y el patrimonio cultural de las comunidades depositarias de esta tradición, que la consideran un medio de transmitir a las nuevas generaciones algunos valores sociales importantes como el respeto y la igualdad de todos los miembros de la comunidad.
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