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Chicza Rainforest, una potencia mexicana en la industria del chicle

13 de junio de 2022
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Chicza Rainforest, una potencia mexicana en la industria del chicle
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Quién no ha mascado chicle alguna vez? Las mandíbulas batientes, las bombas de colores y todas las variables del chicle son una constante de la cultura popular mundial. Pero el chicle es originario de México. Aquí, presentamos el recuento y la historia de un caso de éxito.

El chicle está muy presente en nuestra cultura, pero pocos conocen su uso en tiempos prehispánicos, dónde se obtiene y cómo el hábito de mascarlo se difundió en todo el mundo. “Las causas porque las mujeres mascan el tzictli[chicle en náhuatl]es para echar la reuma y también porque no les hieda la boca […] y por aquello no sean desechadas”, relata fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España. “Por la mayor parte suélenla mascar las muchachas y mozas que ya son adultas […] pero no la mascan todas en público […] sino en sus casas; y las que son públicas mujeres […] en todas partes, en el tiánquez [tianguis] sonando las dentelladas, como castañetas. Los hombres también mascan el tzictli […] empero hácenlo en secreto.” Como vemos, en la antigua Tenochtitlan existían reglas sociales para mascar el chicle, que posiblemente provenían de una tradición más antigua.

El hábito de mascar chicle se mantuvo en México, de manera marginal, a lo largo de los tres siglos del virreinato, hasta que la demanda de chicle natural se expandió hacia 1920 y alcanzó su máximo esplendor durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Estados Unidos lo clasificó como materia prima estratégica para sus militares, quienes recibían tabletas de goma de mascar en sus raciones diarias de comida cuando estaban al frente.

El chicozapote y los chicleros

 

El chicozapote (Manilkara zapota), de donde se obtiene el chicle, es un árbol nativo de las selvas de Nicaragua y del Gran Petén, que abarcan parte de la península de Yucatán, Belice y Guatemala, actualmente la segunda mayor área de selva perennifolia en América, después del Amazonas. Este árbol es uno de los más comunes en estas selvas y en ciertas áreas se pueden hallar hasta 30 de ellos por hectárea.

Contemplar cómo los chicleros se acercan al chicozapote, lo tocan, se trepan y van haciendo las “heridas” por las que correrá el látex, es abrir una ventana a una relación muy estrecha, y no siempre fácil, entre el hombre y la naturaleza. La labor del chiclero es dura y a veces peligrosa. Trabajar en la selva durante la época de lluvias, temporada de cosecha del chicle, significa andar constantemente mojado y soportar sin descanso los piquetes de los mosquitos. Armados con un filoso machete, van aplicando incisiones en forma de zigzag desde la base del tronco hasta sus primeras ramificaciones. Acostumbrados a intensas jornadas de trabajo, se trepan a los árboles que llegan a medir más de 40 metros de altura, con diámetros superiores a un metro, con la ayuda de garfios en las botas y una soga atada alrededor de la cintura, sujeta al tronco del árbol. Puede suceder que un machetazo mal colocado corte la soga con la cual los chicleros se aseguran y la caída provoque graves lesiones o aun la muerte. Por las incisiones, el látex irá escurriendo hasta que lo depositan en bolsas de henequén.

Según el tamaño y las ocasiones en que haya sido “chicleado”, de un chicozapote se pueden extraer de 500 gramos a dos kilogramos de látex. Al finalizar el día, se recolecta el látex de las bolsas que cargan los chicleros, se filtra y se pone a hervir en pailas metálicas. Poco a poco el producto va perdiendo la humedad y se torna pegajoso, hasta que se cuece. Una vez frío, se coloca en moldes de madera recubiertos de jabón, para evitar que se pegue y así obtener los ladrillos conocidos como marquetas. Luego de ser chicleado, un árbol debe “descansar” entre cinco y ocho años.

La goma de mascar

 

En 1860 un estadounidense llamado Thomas Adams, al fracasar en su intento de vulcanizar el látex para sustituir el hule —trabajo encomendado por el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna—, tuvo la idea de cocinar el chicle para venderlo, lo que se convirtió en el primer intento exitoso para comercializar lo que ahora conocemos como goma de mascar. Posteriormente le agregó azúcar y saborizante y el éxito comercial fue inmediato. La familia Adams creó la empresa Tutti Frutti e inventó una máquina expendedora para monedas de un centavo de dólar. En 1919, en alianza con la American Chicle Company, construyó en Long Island, una fábrica de 51,000 m2 con valor de dos millones de dólares, que daba empleo a 500 personas y producía cinco millones de paquetes de goma de mascar al día.

Otra figura clave en el floreciente mercado de la goma de mascar fue William Wrigley, quien fundó su empresa en 1898 y desde sus inicios se sustentó gracias a importantes campañas promocionales, que le permitieron conquistar en dos décadas el 60% del mercado. En 1915 Wrigley envió gratuitamente un paquete con cuatro tabletas al millón y medio de personas enlistadas en el directorio telefónico de Estados Unidos, con lo cual se convirtió en todo un ícono de los hombres de negocios de ese país y en octubre de 1929 su retrato apareció en la portada de la revista Time.

La gran mayoría del chicle natural provenía de México, donde las empresas estadounidenses obtuvieron concesiones de uso sobre la selva de hasta 800 mil hectáreas, solamente en el estado de Campeche. Un dramático aumento en la demanda del chicle se dio al principio de la Primera Guerra Mundial y, gracias a una intensiva campaña de comunicación, Wrigley convenció al público de que “el hábito americano de la goma de mascar reducía la tensión, ayudaba la digestión y mitigaba la sed y el hambre”. Se incluyó en las raciones que el ejército estadounidense entregaba a sus soldados, quienes la difundieron sobre todo en Inglaterra e Italia.

En aquel entonces había decenas de campamentos chicleros en la selva maya y se construyeron pequeños ferrocarriles Decauville, embarcaderos y pistas para avionetas que conectaban las centrales chicleras con las ciudades de Yucatán, México y Nueva York. Del oeste, el chicle se embarcaba en Ciudad del Carmen y Progreso, y del este salía de Chetumal o Cozumel hacia Nueva Orleans. A los campesinos se les contrataba como jornaleros con sueldos ínfimos, tanto para el corte de madera como para la extracción del chicle. Estas compañías extranjeras no se preocupaban por la conservación de la selva, nunca plantaban un árbol ni respetaban el tiempo de descanso para la obtención de chicle. Herman Konrad, investigador canadiense que durante varias décadas estudió la historia de la región, calculaba que en esta época en el estado de Campeche no se recuperó el 20% de los árboles, lo que produjo la desaparición de un millón de éstos entre 1929 y 1930.

En la década de 1930 les fueron retiradas estas concesiones a las compañías estadounidenses y se transfirió su propiedad a las comunidades locales, lo que trajo de inmediato resultados positivos en el nivel de vida de los campesinos; el ingreso por la venta de chicle aumentó 300% y se formaron pequeños asentamientos que concentraron a la población, se crearon escuelas, brigadas sanitarias y se instaló el servicio de agua potable. En pocos años toda la explotación chiclera era realizada por las comunidades y así nació la primera cooperativa de productores de chicle. En 1943 México exportó a Estados Unidos 8,165 toneladas de chicle; si de un árbol de chicozapote se obtienen en promedio dos kilos de chicle, significa que en un año se cosecharon de las selvas de Campeche y Quintana Roo por lo menos ¡cuatro millones de chicozapotes!

Años después, debido principalmente al desarrollo de sustitutos sintéticos como el acetato de polivinilo, la demanda del chicle en el mercado internacional cayó bruscamente y la actividad chiclera sufrió un grave deterioro: de 20 mil chicleros que había en 1942 se redujeron a sólo un millar en 1994.

El resurgimiento

 

Frente a esta crisis, propiciada también por la privatización de Impulsora y Exportadora Nacional (Impexnal), empresa estatal que realizaba, en alianza con el Banco de Comercio Exterior (Bancomext), la comercialización de productos mexicanos en el extranjero, el gobierno de Quintana Roo invitó a Manuel Aldrete, quien en aquel momento participaba en el Plan Piloto Forestal, a realizar un diagnóstico de la actividad chiclera, además de reestructurarla y darle rentabilidad. Se llevaron a cabo infinidad de consultas y discusiones con los chicleros, lo que dio lugar a seis cooperativas que integraron la Unión de Productores de Chicle Natural, y se dieron a la tarea de diseñar el modelo de negocio que seguirían. Conforme avanzó el proyecto se sumaron más agrupaciones y en 2002 se creó el Consorcio Chiclero, que seguía vendiendo chicle exclusivamente como materia prima a Japón, Corea e Italia.

La idea de Aldrete era desarrollar una goma de mascar y dejar de vender sólo materia prima. Las fórmulas de la goma base que elaboraban las grandes empresas norteamericanas eran secretas, por ello nunca fueron patentadas para no hacer públicos sus ingredientes y mezclas. Con recursos propios y con la valiosa asesoría del químico japonés Hashimoto, el consorcio demoró cuatro años en desarrollar su propia fórmula. Finalmente, en 2009 nació Chicza como la primera goma de mascar certificada orgánica, biodegradable y 100% mexicana.

 

Al ejecutar el plan de negocio, los cooperativistas se dieron cuenta de que no podrían competir con la goma sintética y esto los colocaba en otro nicho de mercado. Salieron entonces en busca de socios que les ayudaran a establecer una plataforma de lanzamiento. En el puerto de Felixstowe, Reino Unido, sostuvieron pláticas con John Wood, de la John Wood Shipping, quien les dio la idea de crear una distribuidora y les ofreció en comodato un lugar en la oficina fiscal dentro del muelle. Bajo el nombre de Mayan Rainforest, la nueva comercializadora comenzó a operar y los primeros cinco años fueron destinados a abrirse mercado en Europa. “Sin duda, el mercado europeo es líder en el tema de los productos orgánicos. Fue una estrategia comercial, fuimos a atacar el mercado más exigente, sobre todo el de Inglaterra y el de Alemania”, señala Aldrete, actual director ejecutivo del Consorcio Chiclero y director general de Chicza Rainforest.

 

En el consorcio trabajan actualmente 1,500 chicleros de 32 cooperativas que producen anualmente alrededor de 90 toneladas de chicle, de las cuales transforman 50 en goma de mascar certificada orgánica en su nueva planta industrial de grado farmacéutico en Chetumal, que está a punto de obtener la certificación ISO 9001. La goma de mascar viene en presentaciones de 30, 15 y 4 gramos; los sabores para la temporada primavera-verano son menta, yerbabuena y limón; también ofrecen el de canela y sabores suaves como el de frutos rojos.

 

Actualmente Chicza se comercializa en 26 países de la Unión Europea, en el este europeo, Israel y Medio Oriente, Norteamérica y Australia. Cuenta con una red de socios, por lo general emprendedores de entre 30 y 40 años, que colocan el producto en supermercados y tiendas de productos orgánicos, naturistas, veganos y gourmet. En Norteamérica Chicza vende 300 mil unidades, contra los tres millones de paquetes en Europa. Al chiclero se le pagan 112 pesos (alrededor de seis dólares) por kilogramo de chicle y en promedio puede cosechar 40 kilogramos a la semana, con una percepción mensual mayor a 14 mil pesos y la posibilidad de dedicar su tiempo libre a otras actividades, como la agricultura, la ganadería o la silvicultura. Chicza busca mejorar la calidad de vida de los cooperativistas. Cada año otorga entre cinco y 15 becas a los hijos de los productores de chicle que asisten a la universidad. Para designar a los ganadores, un consejo abre la convocatoria y analiza la situación económica y el rendimiento académico del aspirante, quien al verse beneficiado debe notificar con periodicidad sus calificaciones. 

Chicza Rainforest actualmente trabaja —con recursos propios y el apoyo del Programa de Inversión Forestal (FIP por sus siglas en inglés), del Banco Mundial y de Fomento Social Banamex— para obtener la certificación de la denominación geográfica del chicle mexicano. El año pasado la facturación del grupo chiclero fue de $45 millones de pesos y el valor actual de la empresa es de $180 millones de pesos. La empresa ha obtenido numerosos reconocimientos nacionales, como el Premio Nacional al Mérito Forestal en 2012, e internacionalmente en dos ocasiones Chicza ha sido galardonado como el producto más novedoso en la BioFach de Alemania y ha recibido el Global Quality Gold Award en Dubái, Emiratos Árabes, el Oro Ecológico en Dinamarca y el Caballero Águila en Italia.

Los chicleros se han convertido en celosos guardianes del árbol de chicozapote y de su entorno ecológico. Mediante el consumo de la goma natural se favorece esta actividad extractiva sustentable, lo cual contribuye a que la selva que vio florecer la civilización maya se mantenga viva. EP